Lectura del cuento.
El vivero de
candelaria era uno de los más reconocidos de la región, aunque se encontraba a
las afueras de la ciudad sus clientes no ponían peros en atravesar el camino
destapado para adquirir las plantas
exóticas, ungüentos, recetas herbolarias y según las malas lenguas la cartomancia, pero su verdadera
especialidad eran las orquídeas, catleyas,
stelis, bejuquillos y las comunes orquídeas mariposa; en general lo atrapante
de las orquídeas es la rareza de belleza, una mezcla entre delicadeza y resistencia,
justamente eso también caracterizaba a Candelaria; no era una mujer precisamente
bella, pero tenía sus encantos, la sonrisa
coqueta, los ojos penetrantes y un par de tetas bien puestas, las
caderas anchas, y una legua picosa, sabrosa;
siempre que le preguntaban cuál era el secreto para mantener la belleza
de sus orquídeas, con la voz pausada y tranquila respondía “es simple asesino
hombres, los descuartizo, los llevo a las composteras del fondo y con eso
alimento a mis orquídeas” luego con una sonrisa sutil decía, solo hago alquimia con lo que la
sociedad ya no considera útil.
Pero Candelaria no
mentía, sus orquídeas eran alimentadas con el compost resultante de los cadáveres de sus amantes; seducir a sus víctimas era una tarea
sencilla, no solo se le da bien el oficio de las plantas, llamaba la atención
como ninguna, el ritual era el mismo, café, coqueteo descarado, casi impúdico,
luego del primer beso cargado de
ingenuidad y lujuria, venia un “vamos a mi casa, quiero ser tuya”, le gustaba
follarles con fuerza, pensaba que eso quitaba las impurezas del cuerpo, los tiraba sobre la cama destinada para el
placer, rasgaba sus vestiduras, lamia sus cuellos, mordía sus labios, clavaba sus uñas en la espalda, acariciaba su
pecho, se hincaba frente a ellos para una felación profunda, la experiencia la
había dotado de una mandíbulas
aguantadoras, era justo llevarlos al cielo antes de hacerlos perecer. Luego del
primer polvo, venia el momento de mayor goce para candelaria, se ponía su
camisón blanco iba a la cocina y les traía
un té de jengibre, mezclado con Valeriana, Tila, pasiflora, Lúpulo, amapola,
cicuta y Amanita phalloides o más
conocido como el hongo de la muerte, luego preparaba la
tina de patas de león con sales y pétalos de rosas, prendía inciensos de
lavanda, velas y música suave de fondo, le gustaba la atmosfera romántica de la
muerte, cuando estaban adormilados los invitaba a la tina caliente, sin
quitarse el camisón blanco, se posaba sobre ellos, la idea de que su última
visión fuera sus pezones erectos bajo tela húmeda, le generaba satisfacción, un
último beso apasionado y los hundía en el agua; el trabajo pesado de la
tierra le había dado la fuerza
suficiente como para mantenerlos sumergidos
de 2 a 3 minutos, mientras contaba lentamente, concentrada en su
respiración,1 2 3 4……. 200… así el cuerpo ya no forcejeara, tomaba el mazo
que tenía cerca de la tina, por si alguno quedaba medio muerto, un golpe seco
en el cráneo solucionaba cualquier error en el proceso de ahogamiento.
El compostaje era
algo más sencillo, sacaba el cuerpo de la tina lo llevaba al fondo del vivero
donde se encontraban las composteras, unas pequeñas en las que guardaba los
residuos y la grande, exclusiva para los cuerpos, en la cual previamente
preparaba una capa de viruta, astillas de madera, alfalfa, cascaras de coco,
paja, y hierba buena, colocaba el cuerpo, otra capa de residuos, sellaba y solo
30 días eran necesarios para obtener el compost para sus plantas.
Fue a los treinta
años luego de un intento de suicidio donde descubrió que las orquídeas y la
sangre se la llevaban bien, alrededor de 48 o 50 víctimas y 4 años de errores y
aciertos la habían hecho experta en la desaparición de cuerpos e historias, así
mismo solo asesinaba a los que como ella eran
solitarios, tristes y huérfanos, los que sus anillos
orbitarios estaban teñidos por la sombra purpura del
insomnio.
Iniciaba febrero del 96 año bisiesto, aun así,
era un mes corto por lo que tenía que agilizar la búsqueda de su siguiente
víctima; mientras celebraba su cumpleaños número 35 en el cafetín que solía
frecuentar cuando visitaba la ciudad, sintió que alguien la observaba, se
sentía incomoda, sin embargo decidió no prestar atención, continuo con la
lectura y el lento cuchareo de la torta de chocolate; pidió la cuenta, junto a
la factura el mesero le entrego una hoja doblada en la cual había un garabato
en el que se reconoció y una dirección a unas cuantas cuadras del lugar.
La curiosidad gano la batalla ¿y si
es un asesino? sonrió irónicamente; el olor a trementina, los lienzos y
tablones de madera le dieron la bienvenida al taller de Arturo, ahí estaba él,
con un “sabría que vendrías en la mirada” esa tarde en la banca el patio adornado con
helechos, Gardenias, novios, lazos de amor y la costilla de adán,
mientras el café se enfriaba y el gato se enredaba entre sus piernas sus
cerebros bailaban al ritmo de los sueños raros, los libros que no terminaron de leer,
los juegos de la infancia, de los miedos
y hasta del par de medias favoritas.
Tras 15 días de encuentros furtivos y pasionales,
salieron de viaje, la habitación con el ventanal de 180° con
vista a la laguna fue el escenario
perfecto para descubrir que se amaban; mientras ella leía desnuda cerca a la
ventana, él la pintarrajeaba en su libreta de dibujo, camino hacia ella y le rapo el libro de las manos, se sentó en el
filo de la cama y empezó la lectura en voz alta, Candelaria cerro los ojos,
dejándose llevar, embelesada por la voz
de su amante, le excitaban que le leyeran, su respiración se aceleró, se mordió el
labio, camino hacia él, se le sentó
en las piernas le beso con una mezcla de amor y morbo, e inició el movimiento
rítmico de los cuerpos, entre sudor, gemidos y contracciones, le susurró al oído eres mía, respiro en su
cuello, lamio sus senos, se perdió en medio de
la carne de sus piernas, ella le apretó con fuerza, el cuerpo tenso, la
espalda arqueada, los ojos inundados de lágrimas, la respiración se le detuvo, las
mariposas de su alma aletearon febrilmente; le temblaron los labios y susurrando dijo soy tuya.
Martes 20 de febrero, Candelaria despertó
angustiada, el tic tac tic tac en su cabeza no paraba, tenía 9 días para
conseguir un nuevo cuerpo para sus orquídeas, no era capaz de matarlo, tampoco
quería follar con otro y no tenía en la cabeza otra idea para lograr a sus
víctimas, sentía la presión en el pecho, dolor en el estómago, náuseas, los
labios le temblaban, lloro; odiaba la turbulencia del amor.
El agua tibia de la tina, el incienso de
lavanda y media botella de ron, le relajaron el cuerpo, amaba a Arturo, amaba
sus orquídeas y el ritual que tenía para ellas, prendió un cigarrillo, lo fumo
lento, “sacrificar la belleza de sus
orquídeas o no volver a ver a su amante”, se sumergió en el agua, la
decisión estaba tomada; al día siguiente se levantó temprano Llamo a Arturo, le
dijo “tengo un viaje importante, regreso
en dos meses, mi corazón te pertenece”.
Escribió 2 cartas a Guillermo, quien
llevaba 3 años trabajando con ella, era lo más cercano a una familia, la primera
la carta contenía indicaciones precisas sobre el cuidado de las orquídeas, las
labores del vivero, la orden de no entrar a la habitación de la tina y una
carta para abrir 59 días después de la primera.
Guillermo sospecho del comportamiento atípico de
Candelaria, en tres años jamás había dejado sus orquídeas, no tomaba vacaciones
y lo más extraño era la prohibición de entrar a la habitación de la tina, de
nuevo la curiosidad ganaba la batalla, abrió la segunda carta, aún más extraña
que la primera, en ella se encontraba la llave de la habitación de la tina a la
cual le pedía entrar, tomar la orquídea que allí se encontraba y enviarla al
taller de Arturo.
Pasaron tres días y Guillermo no aguanto más, sin tener noticia alguna de su patrona se contactó con Arturo, el cual acudió al vivero al finalizar
la tarde, leyeron las cartas con desconcierto y decidieron entrar a la
habitación, la cual estaba intacta, lo único extraño era un tablón de madera
sobre la tina, a su vez sobre el mismo y
atravesándolo por un orificio perfectamente construido, se encontraba la
orquídea destinada para Arturo, sin duda era la más hermosa de las orquídeas
del vivero, sus hojas grande de un verde oscuro brillante y dos tallos cargados
de flores blancas con tintes rosa , al querer sacarla, mostro resistencia como
si sus raíces se aferran a algo, corrieron un poco el tablón y salió un olor dulzón medio
descompuesto, inmóviles, esperando lo peor, se miraron fijo, en silencio
con las pupilas dilatadas, se les erizo
la piel, a la cuenta de tres lo levantaron y contemplaron horrorizados como
las raíces de la orquídea se aferraban al costado izquierdo del cuerpo
putrefacto de Candelaria, que yacía entren capas de viruta, astillas
de madera, alfalfa, cascaras de coco, paja y yerbabuena.